A través de la metáfora de la casa como morada espiritual del artista, del pensador, Eduardo Chillida homenajea a distintos creadores a los que admira por alguna razón. La serie casas, iniciada a principios de los años ochenta, se plantea como una exploración de ese espacio diseñado para dar cobijo, como lugar en el que el ser humano se encuentra consigo mismo. La casa de Hokusai está dedicada al pintor y grabador japonés Katsushika Hokusai (1760-1849), adscrito a la escuela Ukiyo-e. Sus grabados ejercieron enorme influencia en el ámbito artístico parisino de la segunda mitad del siglo XIX, y fueron coleccionados por algunos artistas impresionistas, como Claude Monet o Edgar Degas.
La escultura parece tomar la forma de la casa, se repliega en su estructura abovedada, como si buscase crear huecos vacíos en el espacio que sirvan como habitáculo. En Chillida, el vacío no es la nada, al contrario, se trata de un lugar repleto de espiritualidad que conforta y proporciona cobijo.
El espacio escultórico se contorsiona, se abre para que podamos ver en su interior, se vuelve a cerrar a través de la construcción abovedada. La escultura como casa, como elemento que explora el límite entre el espacio interior y el exterior.