En 1985 Chillida realiza Lurra nº107, tríptico en terracota con aplicación de óxidos. Lurra, que en euskera significa tierra, es el título de una serie de monolitos y esculturas planas en las que reivindica el elemento terrestre para enlazar con la tradición de su lugar de origen, tan presente en todo su proyecto escultórico. Sus lurrak dan cuenta de ese enlazar lo moderno con la memoria de lo antiguo que caracteriza gran parte de la trayectoria del artista vasco.
En el presente tríptico, Chillida parece repensar el carácter tridimensional de lo escultórico para reducirlo al plano. A través de la aplicación del óxido, dibuja la superficie de terracota creando nuevas formas que a pesar de ser bidimensionales producen la ilusión del volumen. En Chillida, el tratamiento del dibujo es siempre escultórico. Al igual que sus esculturas en tres dimensiones, los volúmenes pintados se expanden, se abren y se cierran, exploran el espacio circundante con la intención de señalar sus límites. Escribió Chillida: "sin el límite no se daría la forma ni, desde luego, el espacio. El límite es el protagonista del espacio, como el presente -otro límite- es el protagonista del tiempo".
Espacios llenos, vacíos, huecos como pequeñas cavidades que en lugar de baldías parecen estar llenas de algo que escapa de lo matérico.