Exposición
La muestra rastrea en el siglo XIX el origen de científicos y creaciones arquetípicas que la ciencia ficción nunca ha abandonado desde entonces.
Han pasado doscientos años desde el lúgubre verano en que Lord Byron, John Polidori, Percy y Mary Shelley compartieron en Villa Diodati, a orillas del lago Lemán. De sus veladas junto al fuego surgieron muchas historias terroríficas, pero ninguna ha dejado la huella de ‘Frankenstein o el moderno Prometeo’.
A comienzos del siglo XIX, la química y la electricidad, dos ciencias en pleno desarrollo, parecían capaces de ofrecer respuesta a una pregunta milenaria: ¿cuál es la naturaleza de la vida? Mary Shelley no era ajena a las corrientes de pensamiento contemporáneas, y su obra se inspiró tanto en el mito de ‘Prometeo’ y ‘El paraíso perdido’ de Milton como en los experimentos de Luigi Galvani centrados en los efectos de la electricidad sobre los músculos y las especulaciones de Erasmus Darwin sobre la reanimación de microorganismos muertos. Su novela pionera planteaba la analogía entre científico y creador divino, combinando el terror gótico con planteamientos propios de la ciencia ficción moderna. Con ‘Frankenstein’, nació una figura esencial en la literatura y la cultura popular: la del científico loco.
La exposición Terror en el laboratorio: de Frankenstein al Dr. Moreau rastrea en el siglo XIX el origen de científicos y creaciones arquetípicas que la ciencia ficción nunca ha abandonado desde entonces, y cuyos ecos resuenan en campos de investigación actuales como la robótica, la genética o la inteligencia artificial.
Así fue la inauguración:
Comisariada por Miguel A. Delgado y María Santoyo, la muestra explora las derivas iconográficas del monstruo de Frankenstein y otros seres como Mr. Hyde, el Hombre invisible, las criaturas del Dr. Moreau y la Eva futura. Incluye piezas originales de la Filmoteca Española, los Museos Complutenses y varias colecciones privadas inéditas que hacen hincapié en la cultura pop, pulp y underground de los años 70 del siglo pasado.
Partimos del laboratorio como lugar de creación, un científico que juega a ser Dios y su criatura antropomorfa, que puede ser un monstruo, su doble o un autómata, pero que siempre se revela como un grave error.