Exposición
Retrospectiva comisariada por Luis Pérez-Oramas que pone el foco en la individualidad de un artista que elude la clasificación. Una nueva lectura de la obra del pintor uruguayo que abarca desde sus primeras realizaciones en Barcelona a finales del XIX hasta sus últimas piezas elaboradas en Montevideo en 1949.
El Espacio Fundación Telefónica presenta la retrospectiva ‘Joaquín Torres-García: un moderno en la Arcadia’, una muestra producida por el MOMA de Nueva York, donde pudo verse del 25 de octubre de 2015 al 15 de febrero de 2016, en colaboración con el Museo Picasso Málaga, donde podrá disfrutarse también del 10 de octubre al 5 de febrero.
La exposición abarca la primera mitad del siglo XX, repasando los extraordinarios logros de Joaquín Torres-García (Uruguay, 1874-1949) en la pintura, la escultura, el fresco, el dibujo y el collage, a través de más de 170 obras. La exhibición ha sido organizada por Luis Pérez-Oramas, comisario de arte latinoamericano de MOMA, y podrá verse del 19 de mayo al 11 de septiembre de 2016 en la planta 3 del Espacio Fundación Telefónica.
Torres-García (Uruguay, 1874-1949) está considerado una figura central en la historia del arte moderno. En su obra adoptó la libertad formal de la modernidad sin compartir la fascinación por el progreso de la mayor parte de las ideologías modernas, y tuvo como objetivo con la ambición de producir un arte que fuese al mismo tiempo temporal y universal, constructivo y simbólico, abstracto y concreto.
Joaquín Torres-García: un moderno en la Arcadia hace hincapié así en la individualidad radical de un artista que elude clasificación. Una figura central en la historia del arte moderno y un protagonista clave en los intercambios culturales trasatlánticos que lo han informado, Torres-García ha fascinado a generaciones de artistas en ambos lados del Atlántico, pero especialmente en las Américas, incluyendo a importantes artistas norteamericanos, desde Barnett Newman hasta Louise Bourgeois, y a incontables artistas latinoamericanos. A medida que asimilaba y transformaba las invenciones formales del arte moderno, Torres-García se mantuvo fiel a una visión del tiempo como una colisión de distintos períodos, en vez de una progresión lineal –una distinción que es particularmente relevante al arte contemporáneo.
La exhibición en Espacio Fundación Telefónica se estructura cronológicamente en una serie de capítulos importantes abarcando la obra completa del artista, desde sus primeras obras en Barcelona a finales del siglo XIX hasta sus últimas obras realizadas en Montevideo en 1949. Destacan dos momentos claves en su obra: la época de 1923 a 1933, cuando Torres-García participó en varios de los primeros movimientos modernos de vanguardia europeos, a la vez que estableció su característico estilo pictográfico-constructivista; y de 1935 a 1943, cuando, habiendo regresado a Uruguay, produjo uno de los repertorios más contundentes de abstracción sintética.
Barcelona (1891 – 1920)
A los 17 años de edad, Joaquín Torres-García dejó su ciudad natal de Montevideo para ir a Barcelona, donde se educó como artista. Una ciudad moderna y una capital de renovación cultural, Barcelona inspiró a Torres-García a convertirse en un “pintor de la vida moderna” al estilo de Baudelaire, y estuvo activo dentro del grupo de intelectuales y artistas que promovieron el noucentisme, un movimiento artístico catalán que reaccionó en contra de la sofisticación decadente del art nouveau y estableció una relación con la naturaleza y la historia primitiva que se manifestaba en escenas pastorales de la edad de oro mediterránea. Como miembro de este influyente grupo, Torres-García se convirtió en uno de los pintores más reconocidos en Barcelona a principios del siglo XX.
La exposición comienza con sus obras tempranas en Barcelona, incluyendo bocetos para su primera comisión importante, una serie de frescos monumentales para el Saló de San Jordi en el Palau de la Generalitat de Barcelona, la silla del poder soberano catalán desde la Edad Media. Mostrando escenas de la civilización industrial junto a paisajes pastorales mediterráneos, los frescos de Torres-García fueron el manifiesto artístico más importante del noucentisme catalán. A pesar de la naturaleza arcádica de la mayoría de las obras en el Saló de San Jordi, en el último fresco, ‘Lo temporal no es más que símbolo’(1916), del que se expone un boceto, un inmenso fauno domina a una muchedumbre con soberana indiferencia. Esta temprana representación de una figura clásica en un estilo moderno fue duramente criticada por artistas académicos e intelectuales conservadores cuando fue presentada en 1916. El escándalo resultante y la muerte del líder político de Cataluña, Enric Prat de la Riba, conllevó a la destitución de Torres-García de la comisión.
En Barcelona, la confrontación con la realidad y el caos de la ciudad moderna condujo a Torres-García a una nueva forma de representación, a la yuxtaposición de planos y figuras, condensando profundidad como densidad, y aplanando sus planos, como se puede ver en obras como ‘Figura con paisaje de ciudad’ (1917) y ‘Composición vibracionista’ (1918). Repitiendo motivos como relojes para indicar el tiempo moderno, Torres-García comenzó a experimentar en obras en las que la pintura se encuentra con el collage, el lenguaje choca con figuras, y una multiplicidad de elementos se distribuyen verticalmente en la superficie –cualidades ejemplificadas en ‘Ritmo de ciudad’ (1918).
Nueva York (1921-1929)
En 1920, ante la creciente tensión política en España al final de la Primera Guerra Mundial, y fascinado con América como un territorio de la modernidad, Torres-García se mudó con su familia a Nueva York. Ahí comenzó la producción de Aladdin Toys(Juguetes Aladino) de los que se incluye una selección en la exhibición. Estos juguetes de madera exploran la noción de una estructura transformable, una idea que informaría gran parte de su arte por venir, tanto sus pinturas como sus esculturas. En Nueva York, Torres-García pronto se situó al centro de una comunidad de artistas trabajando en estilos modernos, incluyendo Joseph Stella, Walter Pach, y Max Weber.
Durante su breve pero formativa estancia ahí, Torres-García representó la ciudad caótica en una serie de sorprendentes collage, especialmente ‘New York Street Scene’ (1920), en la que la publicidad está yuxtapuesta con el paisaje, el entretenimiento choca con el arte, y la aspiración de una “visión total” está plasmada en vistas aéreas de la “furiosa” metrópolis. Aunque exhibió en Nueva York y eventualmente vendió obras –notoriamente a Katherine Dreier y su Société Anonyme– Torres-García se fue desencantado cada vez más y, ante los apuros económicos, regresó con su familia a Europa en 1922, donde vivieron en Génova, Fiesole, Livorno, y Villefranche-sur-mer antes de establecerse en París en 1926.
Joaquín Torres García. Constructivo en Blanco y Negro. 1933. Óleo sobre madera.
Joaquín Torres-García (Uruguayan. 1874–1949). Forma abstracta en espiral modelada en blanco y negro. 1938. Tempera on cardboard, 31 7⁄8 x 18 1⁄2” (81 x 47 cm). Private collection. © Sucesión Joaquín Torres-García, Montevideo 2015. Photo credit: ©2016 The Museum of Modern Art, New York. Photo by Christian Roy
Construcción infinito. 1942. Oil on canvas, 20 1/2 x 14 3/16″ (52 x 36 cm). Kasser Mochary Foundation, Montclair, New Jersey. © Sucesión Joaquín Torres-García, Montevideo 2016. Photo credit: © Kasser Mochary Foundation / by Mark Gulezian/QuickSilver
París (1926 – 1932)
Durante el complejo período de entreguerras, la década de los años veinte en París estuvo caracterizada por un ecléctico panorama artístico en el que las primeras prácticas de vanguardia estuvieron acompañadas por un interés por lo primitivo. Durante esta época Torres-García practicaba la abstracción a la vez que simultáneamente fue ahondando en lo primitivo y produciendo sus ‘Objets Plastiques’ –pequeños ensamblajes en madera pintada– para comprobar varias estrategias de composición en formas tridimensionales.
Durante este período de experimentación, Torres-García encontró su voz artística y cristalizó su estilo. Hacia 1929 ya había encontrado su estilo característico definitivo, ejemplificado por dos obras importantes realizadas ese año: ‘Fresque constructif au grand pain’ y ‘Physique’. Estas pinturas están caracterizados por figuras esquemáticas trazadas simplemente sobre una cuadrícula densa en la que tonalidades sencillas resaltan campos geométricos. Palabras, letras y abreviaciones están grabadas al lado de figuras específicas: representaciones esquemáticas de mujeres y hombres, peces, caracoles, relojes, casas, anclas, corazones, espadas, barcos, templos, y cruces. Distribuidas verticalmente sobre la superficie del lienzo, las figuras enfatizan la superficie del plano y la materialidad de la pintura. Torres-García produjo incontables variaciones de este esquema –el cual ya no abandonaría– que pueden apreciarse en obras como ‘Construcción en blanco’ (1931, su año más productivo). Más tarde este estilo característico sería definido como Universalismo Constructivo.
Montevideo (1934 – 1939)
En 1934, a medida que la Gran Depresión se sumaba al tenso clima político en Europa –la Guerra Civil Española, el ascenso del totalitarismo, y, eventualmente, la Segunda Guerra Mundial– Torres-García regresó a Uruguay. En Montevideo, donde vivió hasta su muerte en 1949, Torres-García se convirtió en una figura cultural central –dando charlas, dictando conferencias por radio, enseñando, y escribiendo– dejando una influencia duradera en el mundo del arte uruguayo.
Para 1935 había fundado la Asociación de Arte Constructivo, y entre 1935 y 1943 estableció uno de los repertorios más sorprendentes de abstracción sintética y concreta en las Américas. Estos cuadros arquitectónicos son, en su mayoría, cromáticamente reducidos a un contraste de blanco y negro. Luz y sombra conforman el plan de la superficie, mientras que elementos tubulares y la sugerencia de misteriosas profundidades crean una fuerza orgánica dentro de estructuras reticulares y ordenadas. La exhibición incluye varias de estas obras esenciales, tales como ‘Composición abstracta tubular’ (1937), ‘Forma abstracta en espiral modelada en blanco y negro’ (1938), y ‘Construcción en blanco y negro’ (1938).
La década final de la obra de Torres-García está caracterizada por un eclecticismo, a medida que fue revisando el repertorio entero de sus estilos característicos, abstracto y concreto, desde la figuración esquemática hasta el Universalismo Constructivo. Un notable regreso al color –especialmente colores primarios– se manifiesta durante este período, a medida que renovó su interés en obras públicas monumentales. Con el Taller Torres-García, creó una serie de históricos murales, frescos, y proyectos para monumentos de piedra y madera, muebles, y objetos decorativos. Algunas de sus obras abstractas de este período incorporan pictogramas en su estilo característico que recuerdan antiguos muros de piedra (‘Arte universal’, 1943) o refieren a eventos contemporáneos como el descubrimiento de la energía atómica y la Guerra Fría (‘Energía atómica’, 1946).
La exhibición concluye con sus obras tardías, que cierran el círculo de su obra completa y resumen sus contribuciones al modernismo: la abstracta ‘Estructura a cinco tonos con dos formas intercaladas’ (1948), y su última obra, ‘Figuras con palomas’ (1949), una conmovedora representación de una escena de maternidad en arcadia, similar a sus obras tempranas, pero en términos esquemáticos concretos.
Actividades paralelas
A propósito de la exposición de Joaquín Torres-García: un moderno en la Arcadia, se ha desarrollado una propuesta educativa dirigida a todos los públicos.
Se trata de una exposición organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York en colaboración con Fundación Telefónica y Museo Picasso de Málaga.