En mi presentación de la Memoria del año pasado, escrita cuando la pandemia de la COVID-19 ya había adquirido una dimensión global, terminaba afirmando mi convencimiento de que instituciones como Fundación Telefónica iban a ser más necesarias que nunca en el tiempo que se nos presentaba por delante. Una previsión que los duros meses que vendrían después no hicieron más que confirmar.

Las páginas de este libro levantan acta de una actividad muy intensa, desplegada ante una situación para la que carecíamos de precedentes, que debimos organizar con gran rapidez y muchas limitaciones.

Desde mucho antes de que se definiera la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en Fundación Telefónica ya veníamos trabajando por combatir la pobreza y la exclusión social, garantizar una educación de calidad, promover la igualdad de oportunidades y en formar a las personas para que puedan acceder a un empleo digno. Ante la crisis provocada por la pandemia, cuando lo importante se ha convertido también en urgente, ese bagaje ha sido esencial. Los logros que se recogen en esta memoria son fruto de la experiencia, la claridad de nuestros objetivos y del compromiso de los trabajadores de Fundación Telefónica y de los miles de Voluntarios Telefónica, que han dado un extraordinario ejemplo de solidaridad.

Una memoria debe, necesariamente, reflejar datos objetivos; por eso este informe aporta cifras: del dinero donado, del número de actividades y de participantes, de personas beneficiadas y de instituciones con las que se ha colaborado. Pero hay algo que difícilmente se puede trasladar a una gráfica o un cuadro estadístico: el entusiasmo de un colectivo de personas, y su deseo de mejorar la vida de los demás. Confío en que los lectores de esta Memoria encuentren, junto a los datos, ese espíritu y esos valores. En Fundación Telefónica nos gusta pensar que somos el lado social de la era digital. Me enorgullece decir que en este año especialmente duro, lo hemos sido más que nunca.